Hortalizas y verduras

Sin fiestas de Halloween, la calabaza se reivindica como un gran alimento

Las restricciones por la covid han dejado este año en un segundo plano a la calabaza decorativa para Halloween, pero no a las variedades comestibles, cuya producción y consumo se ha disparado en la última década en Europa al ser un alimento versátil, nutritivo y de bajo precio.

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Aunque es un fruto que está disponible todo el año, sus mayores ventas se producen en octubre, impulsadas por el empuje del otoño a tomar platos y cremas calientes en las que la calabaza es ingrediente estrella; la Comunidad Valenciana es su mayor productora, seguida de Canarias.

La limitación de reuniones y de visitas a parques temáticos y restaurantes y de las fiestas en torno a Halloween por la pandemia ha provocado un recorte este año la producción de calabaza de tipo americano, que al tener poca pulpa se convierte en la más idónea para vaciar y tallar en esta celebración.

Su comercialización ha aumentado en los últimos años con un extenso surtido que va desde tamaños muy pequeños -procedentes de Alemania-, los de dos kilos que se cultivan en Segovia, Ávila y Murcia, o las de más de 50 kilos que también proceden de Castilla y León, según la Asociación de Empresarios Mayoristas de Frutas de Mercamadrid (Asomafrut).

El responsable comercial de la mayorista Frutas Manguan, Javier Díaz, ha explicado a Efeagro que la calabaza ornamental ha sido la gran damnificada este año por la covid, pero que su futuro está asegurado porque «Halloween ha venido para quedarse».

Por las ventas de los últimos años, la compañía percibe que esta fiesta tiene cada vez «más implantación, con muy buena acogida entre los niños y un creciente público de otras edades».

Asomafrut ha constatado que este mes hay menos oferta y menos empresas que venden calabaza de Halloween en el mercado central de frutas madrileño, donde algunos puestos hablan de un descenso de ventas de entre un 30 % y un 40 %, con más incidencia en la categoría más grande.

Los datos de Eurostat reflejan que España fue hasta 2018 la primera productora europea de calabaza hasta que el año pasado Francia la destronó del puesto por escasa diferencia, al conseguir un volumen de 129.370 toneladas, frente a las 129.110 toneladas cultivadas en los campos españoles.

Las cifras españolas de Eurostat, aportadas por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), apuntan a una apuesta decidida por su cultivo: se ha cuadruplicado en diez años y ha pasado de 1.074 hectáreas (2008) a 4.053 hectáreas (2018); la producción en ese periodo creció desde las 44.679 hasta las 121.330 toneladas.

En el seminario «Auge de la calabaza: cultivo y dinamización del consumo bajo nuevos formatos» -que este jueves se celebró de forma virtual en la feria Fruit Attraction- representantes del sector subrayaron el aumento de la demanda de este alimento por la aparición de nuevos híbridos que permiten alargar su producción en Europa a lo largo de todo el año.

Según el responsable de desarrollo de curcubitáceas de Sakata Seed Ibérica, Joaquín Navarro, en lo que llevamos de siglo se ha pasado de la producción y consumo de variedades locales tradicionales a la comercialización de híbridos de la variedad butternut o cacahuete, con calibres diferentes según las demanda.

«Este producto cumple todas las expectativas para el crecimiento rápido de consumo, ya que permite la producción intensiva, su oferta se alarga hasta nueve meses y tiene poco destrío en almacenaje», detalla.

Para el cocinero Sergio Torres, se trata de un alimento que «tiene para hacer un libro entero de recetas dulces y saladas», y como ejemplo sirve en su restaurante con su hermano Javier un aperitivo que consiste en una «lámina de calabaza con sus pipas tostadas, paté de foie y trufa, que estéticamente es una maravilla».