Calor, humedad y temperaturas que superan los 30 grados la mayor parte del año son las características de la zona agrícola de Santa Cruz, en el este del país, que destaca por su desarrollo y actividad productiva y difiere de las zonas andinas gélidas del occidente y receptoras de riego procedente de las cordilleras que las rodean.
El cultivo de papa en el oriente boliviano se extiende y parece consolidarse con el paso del tiempo, pese que para muchos visitantes hablar de cultivos de esta planta en esta región sea algo casi descabellado.
El Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) organizó esta semana una visita de medios de comunicación a esta zona, donde los periodistas pudieron compartir experiencias con los cultivadores.
Hernán Escalera, un agricultor que se dedica hace 22 años al cultivo del tubérculo, mencionó que el desarrollo del sector ha pasado del trabajo «manual, con azadón» a lo que ahora llama el «trabajo convencional», con maquinaria que en muchos casos él mismo contrata.
Aunque la cosecha del tubérculo «sigue siendo a mano», contó.
La siembra de papa de su terreno alcanzó este año las 800 hectáreas y calcula que la cosecha sea para agosto.
El invierno de la cuenca amazónica boliviana difiere del verano únicamente en la proporción y continuidad de la lluvia, aunque lo de invierno sea solo referencial, ya que la intensidad del calor no varía demasiado.
Este hombre quechua, emigrante de la región de Cochabamba, en el centro del país, sostuvo que el principal problema «es el clima», pero al mismo tiempo aseguró que si todo va bien, puede haber una buena cosecha.
«Aquí mayormente esperamos a la Naturaleza, no hay riego y esperamos que llueva y si llueve, (la papa) nos llega a rendir hasta 1.300 o 1.400 arrobas por hectárea», manifestó refiriéndose al cierto toque de fortuna necesario para que se cumpla lo que espera.
Escalera señaló que la mayor parte de su producción la vende en el mercado Abasto de la capital regional, Santa Cruz, donde cada arroba, unos once quilos y medio, está valuada en unos cinco dólares y debe competir con aquella que suele llegar de Perú.
Justamente, mencionó que su sector ahora busca que exista un mercado protegido y que el tubérculo «no entre de otro lado», ya que consideró que eso es lo que más perjudica a los productores locales.
Por su parte, Alicia Holguín, una mujer quechua de 60 años que llegó a esta región cuando tenía 13, contó que el resultado «no es seguro» y que todo depende de la cantidad de agua que caiga en el invierno cruceño.
La siembra de papa se realiza una vez al año y debe hacerse entre el 25 de abril y los primeros días de mayo, de manera que la cosecha esté lista para los tres meses posteriores.
Holguín señaló que ahora el clima es impredecible y notó que hace cuatro años ya «no llueve en su debido tiempo» o que a veces lo hace con demasiada intensidad, incluso en plena cosecha.
La campesina relató que en una ocasión, cuanto la planta de papa había florecido y estaba lista para cosecharla llovió tanto que a su plantación le entró el pasmo, un mal que afecta a la planta a causa de la demasiada humedad, y que afectó su producción.
Muchos de los pequeños productores bolivianos consiguen semillas a crédito y cuando la cosecha es buena cubren su deuda con la venta de su producción, pero cuando esta es mala no queda más que prestarse dinero de los conocidos para lograr reponerse.
Ambos productores calculan que por hectárea se suele invertir hasta 3.000 dólares, que abarca el proceso de plantación, mantenimiento, cosecha y traslado a un centro de venta.
La experiencia ha hecho concluir a los productores de papa en el oriente boliviano que la agricultura es una actividad de «ganar o perder», más aún cuando los riesgos por esta actividad están condicionados por las consecuencias inmediatas del clima, insectos o enfermedades