La Unión Europea pretende alcanzar la neutralidad climática en 2050, de modo que la suma de emisiones y secuestro de gases de efecto invernadero (GEI) sea igual a cero.
Transformar el sector agrícola, cuyas emisiones representan el 11% de las emisiones totales de GEI en la Europa de los 27 (429 Megatoneladas de CO2-eq) es clave, no solo para mitigar el cambio climático, sino también para garantizar nuestra seguridad alimentaria en unas condiciones ambientales cada vez más extremas.
En este sentido, la nueva Política Agraria Común incluye mejoras, pero hace falta más ambición. Por ello, El Parlamento Europeo ha encargado un informe a expertos para conocer el potencial de los suelos agrícolas de la UE para secuestrar más carbono, así como para mejorar esta capacidad. Los resultados del informe, liderado por Pilar Andrés, investigadora del CREAF, y realizado con el soporte de un equipo de expertos del mismo CREAF, el IRTA, el CTFC, la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y la Universidad de Barcelona (UB), concluye que los suelos agrícolas contienen el 31% de los stocks de carbono de los suelos de la UE y que tienen un gran potencial para almacenar más carbono.
Según el informe, este potencial oscila entre las 9 y 24 Mt CO2-eq/ año, dependiendo de la evolución incierta de los escenarios climáticos, políticos, económicos y técnicos. Para hacerlo posible se propone, por un lado, regenerar los suelos más pobres de Europa ―los del área sur y del Mediterráneo― que han perdido su materia orgánica con la intensificación agrícola. Y, por otro lado, recuperar y proteger las turberas del norte y noreste europeo, para que no pierdan su enorme cantidad de carbono secuestrado debido a su explotación agraria.
Toneladas de carbono secuestrado bajo los cultivos de la UE
El estudio, encargado por la Comisión de Agricultura y Desarrollo Rural (AGRI) del Parlamento Europeo, indica que en los suelos agrícolas de la UE hay entre 34 Gt (Gigatoneladas) de carbono orgánico secuestrado en los primeros 20 cm de suelo y 75 Gt si contamos los primeros 30 cm de suelo.
Esta cantidad se distribuye heterogéneamente a escala geográfica dependiendo del clima, el tipo de cultivo, la geología y la historia de uso. Aproximadamente el 31% de este carbono orgánico se encuentra en suelos agrícolas (9,3% en los pastos y el 21,4% en tierras de cultivo) y alrededor del 25% en las turberas, aunque estas apenas ocupen el 6% de la superficie terrestre europea. En términos generales, los suelos del norte y del noreste europeo son los más ricos en carbono ― alrededor del 50 % del carbono orgánico total de nuestros suelos se encuentra en Irlanda, Finlandia, Suecia y el Reino Unido ―, mientras que los países del sur son generalmente los más pobres en carbono orgánico ― como es el caso de Polonia, Portugal, Italia, España, Grecia y Hungría.
Y ¿cómo evolucionará todo este carbono en un futuro? Según el estudio, contestar a esta pregunta es muy difícil, puesto que la evolución del carbono almacenado dependerá de la evolución del clima y de los cambios en el uso del suelo. A grandes rasgos, en base a estos dos factores, las simulaciones prevén que la reserva de carbono va a crecer en los suelos más ricos, mientras que los suelos actualmente más pobres se seguirán empobreciendo.
Agricultura que cuida y regenera la tierra
El informe hace patente que las emisiones agrícolas de GEI disminuyeron en 108 Mt de CO2-eq entre 1990 y 2018, pero que esta reducción se produjo entre 1990 y 2005 y que la tasa de emisión se ha mantenido estable desde entonces. Según los expertos del informe, lograr nuevas reducciones sustanciales requerirá cambios significativos en las preferencias alimentarias, las prácticas agrarias y las políticas agrícolas.
“Tenemos tecnología y conocimiento suficiente para aumentar el contenido en materia orgánica del suelo, a la vez que aumentamos la fertilidad y mitigamos el cambio climático. Ahora es el momento del compromiso político, sólo el compromiso real permitirá implementar cambios reales y a gran escala”, comenta Pilar Andrés, investigadora del CREAF líder del estudio.
El reto es doble: por un lado, mejorar la calidad de los suelos del sur de la UE y del Mediterráneo para que augmente su capacidad de secuestro de carbono; por el otro lado, proteger y recuperar las turberas, para que no pierdan sus reservas. En este sentido, el informe propone estrategias de manejo integradas, como la agricultura orgánica, la agroforestería, la agricultura regenerativa o la paludicultura en las turberas. Todas estas prácticas cumplen el doble fin de promover la fertilidad a la vez que facilitan el secuestro de carbono, además, incluyen reducir el laboreo en los campos, augmentar la cobertura verde del suelo, que mantiene la humedad y protege de la erosión, aumentar la diversidad de plantas o fertilizar con materia orgánica natural, como estiércol o compost, entre otros.
“Ni el biochar ni el compost proveniente de residuos orgánicos urbanos pueden proponerse todavía como soluciones a gran escala, hasta que no se pueda garantizar la calidad del producto, quizás mediante un sistema de etiquetaje específico”, comenta Pere Rovira, del CTFC.
Por otro lado, el informe también menciona la agricultura de precisión, que no se traduce necesariamente en un mayor secuestro de carbono, pero que podría contribuir a reducir el aporte de fertilizantes minerales, en particular de nitrógeno amoniacal, lo que podría ser positivo para evitar la acidificación del suelo y la emisión de carbono de los suelos carbonatados. “Un 44% de las emisiones globales del sector agrícola provienen de la fertilización nitrogenada, que provoca emisiones de N20”, apunta August Bonmatí, investigador del IRTA autor del informe.