Resulta paradójico que tres cuartas partes de nuestro planeta estén cubiertas de agua y que menos del 1% sea apta para los seres vivos. Esto hace que el agua, un bien escaso, aunque indispensable para la vida, se aproveche de forma meticulosa en aquellos sectores donde la producción depende de su uso.
Es el caso de la agricultura, el sector que más agua consume en el mundo cada año, con el 70% del total de los recursos hídricos existentes.
En los invernaderos solares del sur de Europa (localizados fundamentalmente en Almería y la costa de Granada), donde se produce la mitad de los productos hortofrutícolas que se consumen en el continente, la huella hídrica[1] es hasta 20 veces inferior que la media del conjunto de la agricultura nacional .
Esto es posible porque la escasez de agua en esta zona ha llevado a los agricultores a buscar fórmulas que permitan optimizar al máximo los recursos disponibles, basadas en la combinación de la experiencia artesanal con la innovación y la aplicación de las ultimas tecnologías en control climático y de fertiriego. “El aumento de la población, la urbanización, la industrialización y el cambio climático nos obligan a redefinir las políticas sobre el uso del agua si queremos hacer frente a los desafíos alimentarios que supondrá el crecimiento demográfico de los próximos años”, explica Francisco Góngora, presidente de Hortiespaña.
La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) ha calculado que según el tipo de dieta que se lleve, una persona necesita entre 2.000 y 5.000 litros de agua para producir los alimentos que consume diariamente. En este contexto, los agricultores de los invernaderos solares del sudeste español se sitúan a la vanguardia a nivel mundial en cuanto a la optimización de los recursos hídricos.
Una prueba de ello es la tradicional técnica del enarenado que evita la salinización de las capas superiores del suelo, así como la pérdida de agua por evaporación directa, lo que permite disminuir el consumo medio de agua por unidad de superficie. A esta técnica se suma la continua innovación en los sistemas de riego por goteo, que minimizan las pérdidas de agua, asegurando que cada gota sea aprovechada en los cultivos. Esta técnica, además, permite la fertirrigación, es decir, el aporte de agua y fertilizantes de forma conjunta y en función de las necesidades de las plantas.
En los últimos años, estas técnicas han ido incorporando más tecnología, permitiéndose el riego localizado de alta frecuencia controlado por sistemas informáticos. En este sentido es clave el uso de distintos sensores que informan al productor de la disponibilidad de agua en el suelo, así como de la concentración de abono. Además, cada vez se instalan más sistemas de riego interconectados a los de control de clima del invernadero (basados en el uso de sondas de temperatura, humedad y viento) consiguiéndose de esta manera una optimización continua de cada gota de agua.
Otro avance importante, y de obligado cumplimiento en todos los invernaderos solares es la utilización de estructuras formadas por canales de recogida de agua de lluvia en los techos y un sistema de tuberías para su conducción a balsas o depósitos para su posterior uso en el riego. En este sentido, estudios de IFAPA (Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica) han demostrado que la recogida de aguas pluviales puede cubrir más del 35% de las necesidades de los cultivos a lo largo de la campaña agrícola.