Las nuevas variedades son fruto de un trabajo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que comenzó en 1995 y que incluyó numerosas investigaciones, entrecruzamientos y ensayos en laboratorios y en campo.
Según informó el INTA, las nuevas variedades ya están inscritas en el Registro Nacional de Cultivares de Argentina y se destacan por su «calidad y productividad».
Silvia Ulanovsky, especialista en mejoramiento genético del INTA en la provincia de Mendoza (oeste), destacó que las nueve variedades de uva de mesa obtenidas son «estenospermocárpicas», esto es, «conocidas como ‘sin semillas’ porque producen rudimentos blandos, poco o nada perceptibles, en lugar de semillas normales y duras».
Se trata de una característica destacada si se tienen en cuenta las preferencias de los consumidores por las uvas «sin semillas».
Las nuevas variedades
Según el INTA, los nuevas variedades son fáciles de manejar, se pueden conservar en frío después de la cosecha y sus bayas miden, como mínimo, 18 milímetros de calibre, sin la necesidad de recurrir a reguladores del crecimiento.
Tres de las nueve nuevas variedades presentan bayas blancas (Esperanza INTA, Resistencia INTA y Grandeza INTA), otras tres tienen bayas negras (Fernandina INTA, Revelación INTA y Sorpresa INTA), dos son rojas (Serena INTA y Marisela INTA) y una es rosada.
Ésta última, Delicia INTA, con sabor a moscatel, es una de las estrella de las nuevas variedades porque, según los investigadores, aventaja a la variedad tradicional Moscatel Rosado, cultivada en Argentina y otros países de Latinoamérica, en cuanto a que es «sin semillas» y con mayor fertilidad en su polen.
«El cultivo de Delicia INTA en zonas frescas favorece la obtención de uvas de intenso color, difícil de lograr en uvas rosadas y rojas procedentes de zonas más cálidas», destacó Ulanovsky.
Un desarrollo clave
Para la experta, es «clave» que Argentina posea variedades propias de uva sin semilla, lo que representa una ventaja competitiva para los productores del país suramericano.
Con respecto al logro obtenido, la investigadora destacó el largo proceso que implica el mejoramiento genético.
«La obtención de una variedad constituye un proceso que insume un tiempo mínimo de 15 años, cuantiosos recursos humanos para el trabajo desarrollado en laboratorios, invernáculos y a campo», detalló Ulanovsky.