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Comemos más porque comemos mal

El dietista-nutricionista Aitor Sánchez reconoce que la población come de más porque come mal, fundamentalmente porque cuando se consumen productos no saludables, afirma, es «más fácil pasarse».

«Cuando se come mal cualitativamente se come más cuantitativamente» porque «se abusa de alimentos muy refinados y muy palatales que producen una sensación muy exacerbada», ha explicado a Efe antes de participar ayer en un coloquio en Zaragoza con el título «Switch off the Sugar: Aprende a vivir sin azúcar añadido».

Una conferencia con la que ha tratado de analizar los mensajes que sobre el azúcar se han transmitido en los últimos años y los impactos que este producto tiene en la salud.

Y es que, ha recordado, el azúcar es un factor de riesgo de algunas enfermedades no transmisibles como la diabetes, el sobrepeso, la obesidad o la caries, que, a su vez, dan pie a otro tipo de enfermedades.

«Nadie ingresa en urgencias por un atracón de brócoli ni debuta en diabetes 2 porque ha abusado durante años de las judías verdes», ironiza Sánchez sobre los hábitos alimenticios de los españoles, uno de ellos el azúcar, del que se consume el triple o el cuádruple de lo que se debería.

Según Sánchez, las decisiones que ha tomado la industria de reducir el aporte de esta sustancia a los alimentos industriales no es porque le preocupe la salud del consumidor sino «la imagen que tiene el consumidor de sus productos».

Por ello, dice que el que un refresco tenga 12 gramos de azúcar en lugar de 13 por 100 ml o que las galletas tengan 26 en vez de 28 por cada 100 gramos «no cambia nada».

«No necesitamos políticas de maquillar galletas, refresco o bollería; necesitamos promocionar hábitos saludables», señala este experto en nutrición, quien aboga por una alimentación basada en materias primas y «en formato mercado», es decir, frutas, verduras, hortalizas, legumbres, tubérculos, cereales, pescados y huevo «no utraprocesados».

En este sentido, cuestiona que la pirámide nutricional todavía se base en los cereales, una dieta que en su momento estaba pensada para cubrir unas necesidades de aporte de energía en momentos de demanda, pero que en el momento en que excede a la energía que se gasta «causa enfermedades no transmisibles».

No obstante, advierte que «no se puede atribuir a la pirámide que la gente coma mal» pero sí «ha sido la guía» para que actúe de este modo «por conveniencia, mitos mal infundados por la industria alimenticia o porque el personal sanitario no ha sabido corregir la situación a nivel de comunicación».

Sánchez también critica el mensaje de «moderación: come pizza moderadamente, toma gin-tonic moderadamente, bebe cerveza moderadamente» y que nadie se haya atrevido a decir que este tipo de alimentación es «malsano» porque «lo cómodo es el mensaje neutro, gris, incluso ministerialmente, que remite la responsabilidad al consumidor».

Mientras la dependencia del azúcar no esté instaurada, porque va a costar más, este experto recomienda reeducar el paladar del consumidor y disminuir el paladar de forma progresiva.

Según Sánchez, el paladar cambia los umbrales del sabor en dos-tres semanas y a los 20-25 días ya se ha acostumbrado a otros sabores y los alimentos «vuelven a saber dulces», sin necesidad de edulcorarlos de forma artificial.