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Un ‘arca de Noé’ para preservar el pasado y el futuro de cítricos

Valencia acoge a pocos kilómetros de su casco urbano lo que se podría considerar un ‘arca de Noé’ de cítricos y arroz: parcelas que preservan variedades ancestrales y actuales de todo el mundo que son la base para experimentar y obtener nuevas especies que mejoren el futuro agroalimentario.

Casos como este demuestra la importancia de que el desarrollo tecnológico esté al servicio del sector agroalimentario; es decir, que se transfiera la innovación al agricultor y al consumidor final para conseguir alimentos más sostenibles, seguros y de calidad, y para producir más con menos recursos para una población creciente.

Los cítricos son un símbolo y pilar económico para la agricultura de la Comunidad Valenciana, y es en esta región donde se desarrolla ‘Citrusgenn’, un proyecto cofinanciado por el Gobierno de España y la Unión Europea que conoce bien el director del centro de Genómica del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA), Manuel Talón.

Al IVIA, se unen como socios la Fundación Ruralcaja, el centro de investigación Príncipe Felipe, el grupo Eurosemillas, la asociación de cooperativas Aneccop, la empresa CGM Variedades Vegetales, los grupos empresariales Investigación Citrícola de Castellón (Iccsa) y Cistrugenesis con el objetivo de trabajar en un proyecto en el que la investigación genómica es clave.

El punto de partida de ‘Citrusgenn’ está en un banco de germoplasma próximo a Valencia; un reservorio natural de 2.500 árboles en los que hay representados cerca de un millar de especies citrícolas de lugares tan dispares como el sudeste asiático, Sudamérica, África o zonas del arco Mediterráneo.

Del banco, se extraen muestras vegetales para obtener sus genomas y volcarlos en las bases de datos.

Han secuenciado cerca de 1.000 genomas distintos -45 billones de bytes de información almacenada-, que aún siguen descifrando.

Según explica Talón, tras estudiar las diferencias genéticas interesantes desde el punto de vista agronómico y comercial, deciden hacer cruces entre variedades para obtener semillas y plantarlas en invernaderos.

A partir de ahí, los investigadores seleccionan las que presentan unos requisitos mínimos de calidad, resistencia y productividad para seguir con su cultivo.

El proceso selectivo termina cuando la nueva variedad se lleva a un campo experimental en condiciones agronómicas reales y las frutas que se obtienen se someten en el laboratorio a análisis de calidad antes de pasar a comercializar esta nueva especie de cítrico.

Es un trabajo arduo porque, como detalla Talón, sólo una de cada 10.000 variedades obtenidas sirve para llevarla a la agricultura -en total, el IVIA ha conseguido menos de 10 en su historia-, pero merece la pena por los beneficios que reporta al sector productor y al consumidor final.

Normalmente, son variedades con mayor capacidad productiva y con mejoras organolépticas y nutricionales, demandas crecientes entre los agricultores y consumidores.