Según un reciente estudio de ese centro de estudios presentado en Roma, los 29 países miembros del Comité de ayuda al desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) destinan cada año 250.000 millones de dólares para subsidios agrícolas.
Aunque ese nivel de subsidios se ha reducido a la mitad en los últimos 30 años, el informe "Acabar con el hambre rural" pone de manifiesto que este sigue siendo veinte veces superior a la ayuda que dirigen a la seguridad alimentaria en los países en desarrollo.
"Los países desarrollados deberían recortar los subsidios y aumentar la ayuda para los agricultores pobres", sostuvo McArthur, para quien se trata de repensar la manera de "garantizar que los productores estén protegidos" y "apoyar a la gente más que distorsionar el mercado".
El experto puso el ejemplo de Nueva Zelanda, donde a raíz de una serie de crisis el Gobierno eliminó en 1984 los subsidios agrícolas, obligando a la industria a ser más eficiente y aumentar la productividad.
Ese país y Australia son los que menos distorsionan el comercio global, mientras que en el lado contrario están Corea del Sur, Japón, Suiza y Luxemburgo, apunta el estudio.
Los países analizados también mantienen altos aranceles a las importaciones y bloquean la entrada de ciertos productos, creando mercados agrícolas "altamente fragmentados".
Por otra parte, los países desarrollados solo distribuyen mediante sus programas bilaterales unos 7.000 millones de dólares anuales en seguridad alimentaria y nutrición para los más necesitados, sin incluir la ayuda de emergencia, lo que supone menos del 0,03 % de los ingresos agregados de los países del comité de la OCDE.
Los autores del estudio apuntan que esa ayuda podría doblarse si esos países disminuyeran un 4 % los subsidios domésticos, lo cual contribuiría a acabar con la pobreza y el hambre, y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, algunos de los objetivos de la nueva agenda del desarrollo de la ONU para 2030.
McArthur destacó que hasta la fecha se han logrado avances en la lucha contra el hambre y la malnutrición, sobre todo en algunos países particulares como Etiopía, si bien debería "acelerarse el progreso" si se pretende cumplir los objetivos y no dejar a nadie atrás.
"La agricultura debería ser una prioridad para abordar el hambre y la pobreza extrema", dijo el especialista, que criticó que los gobiernos se hayan interesado por esas cuestiones cuando subían los precios internacionales de los alimentos, pero no cuando estos bajaban.
Para compensar esa situación, abogó por poner en marcha estrategias a largo plazo "más sostenibles y sistemáticas" con los recursos necesarios, y comprobar que los esfuerzos realmente revierten en las personas afectadas.
Las organizaciones multilaterales canalizan mejor la ayuda agrícola en comparación con las donaciones bilaterales y podrían hacer más con dinero público o privado, de acuerdo a Brookings, que llama a ampliar otras formas de cooperación con el sector privado o entre los propios países en desarrollo.