El cultivo de judía verde se ha visto relegado a algo «anecdótico», tras llegar a ser el segundo en importancia del sureste del país; su devenir se torció debido al coste laboral y, ahora, otros cultivos le siguen los pasos mientras el sector guarda semillas para revitalizar sus usos.
Los elevados costes laborales, la competencia con terceros países y la propia capacidad de aguantar el periodo de la postcosecha provoca que determinados cultivos hortofrutícolas vean descender su número de hectáreas.
Es el propio caso de la judía, un producto que, a juicio del responsable de frutas y hortalizas de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), Andrés Góngora, ha quedado relegado a una producción «anecdótica» tras llegar a tener una fuerte presencia en los años 80.
Según los últimos datos disponibles del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), el cultivo de la judía verde ha pasado de estar presente en 12.200 hectáreas de todo el país en 2009 a las 7.272 hectáreas el pasado 2022.
Y el descenso ha continuado en 2023, pues las cifras provisionales del Ministerio apuntan a una caída de la superficie cultivada de este producto que lo llevaría hasta las 6.883 hectáreas en total.
En la actualidad, la comunidad autónoma que más superficie destina al cultivo de este fruto es Andalucía, con un total de 1.495 hectáreas, seguida de Galicia, con 1.385 hectáreas, y la que menos Cantabria, con apenas 1 hectárea y Madrid, con ninguna.
A la reducción de la superficie le acompaña la caída de la producción, las cifras del Ministerio señalan un paulatino descenso: de las 196.000 toneladas en 2009 a 134.100 toneladas en 2022 y a cerca de 124.200 toneladas en 2023, según los últimos datos del MAPA.
La competencia de terceros países
Según explica en una entrevista a Efeagro el responsable de COAG, el cultivo de judía se ha visto especialmente perjudicado por el coste de la mano de obra, ya que se trata de una producción que requiere un trabajo «muy manual», ha anotado.
Las condiciones laborales han hecho, además, que aflore la competencia con terceros países.
En este sentido, Góngora resalta el caso de Marruecos y considera que el país vecino ha desplazado a España en el cultivo de este producto: «Muchas empresas se fueron a producir esta leguminosa allí».
En los años 80 la judía verde suponía el segundo cultivo en importancia en el sureste del país, recuerda, aunque su evolución ha ido descendiendo, pues en los 90 se produjo «algo menos», en favor de un incremento del pimiento y, ahora, ha quedado como algo «prácticamente anecdótico».
Otros cultivos en peligro
El coste de producción de la mano de obra también puede hacer peligrar el cultivo de otros productos como los tomates cherrys o los mini pimientos que, aunque no se encuentran en la misma situación que la judía verde, podrían tener complicaciones debido a las exigencias que requiere su recolecta, subraya Góngora.
Sin embargo, la reducción de la superficie de cultivo no solo se ve afectada por la capacidad laboral que demande el producto, sino que también adquiere un papel relevante en esta cuestión la propia capacidad del alimento de «aguantar la poscosecha» y pone como ejemplo el caso del pepino, que se deshidrata «muy rápido».
O el propio hábito de consumo, como en el caso del melocotón amarillo, que se ha visto relegado a un segundo plano debido al incremento del consumo de la variedad roja; y lo mismo puede ocurrir con el sandía, un producto que ya no se consume con pepitas, anota Góngora.
Guardar variedades para no perderlas
Casos como el de la judía verde sirven como ejemplo para ilustrar la pérdida de variedades y semillas a la que se enfrenta el campo bien sea por motivos estructurales, como en este caso la capacidad laboral, o bien por otros que se dan a una menor escala.
En este sentido, muchos cultivos de pequeños productos no poseen los parámetros determinados para que sea apta su comercialización en la industria alimentaria, por ello, y agravado por la falta de relevado generacional, las semillas con que estos productores llevan trabajando años pueden llegar a perderse.
Ahí entra en juego el papel del banco de germoplasma puesto en marcha por el Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (Imidra), un espacio dedicado a buscar, analizar esta variedades que podrían desaparecer para, además de preservarlas, adaptarlas a un uso comercial.
La jefa del servicio de hortofruticultura de la Consejería de Medio Ambiente, Agricultura e Interior de la Comunidad de Madrid, María Victoria Colombo Rodríguez, explica a Efeagro que, hasta el momento, hay unas 200 variedades en este banco.
El banco de germoplasma puede contener genes que en su momento no tuvieron un «interés en la agricultura industrial» pero que, ahora en un entorno de cambio climático adquieren relevancia, pues pueden suponer una mejor adaptación a las condiciones climáticas, las plagas e, incluso, al uso de determinados fitosanitarios.