No solo las temperaturas, también la pluviometría y la composición del suelo serán los componentes diferenciales de este ensayo de mejora genética que ha puesto en marcha el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA).
El experimento se plasma en un convenio de colaboración entre este instituto investigador y el Dareton Primary Industries Institute de Australia para plantar en esta ciudad del extremo oeste de Nueva Gales del Sur cítricos y caquis a partir del injerto de la variedad en los patrones (plantas y semillas) que enviará el IVIA y que están protegidos por propiedad intelectual.
El IVIA ha hecho una selección del material que, al estar protegido, garantiza su propiedad por parte del organismo valenciano de cara a una futura explotación, según explica la coordinadora del Centro de Citricultura y Producción Vegetal, Marisa Badenes.
Experimento en las Antípodas
Allí, en condiciones más áridas y mayores temperaturas, se plantarán en varias localizaciones, dentro de la misma zona, y se irán anotando todos los datos (producción, calidad del fruto y tamaño del árbol) que aporten a partir de unos sensores mediante un informe anual que remitirá al IVIA desde el establecimiento de la plantación.
El instituto de Dareton corre con todos los gastos de experimentación, y al menos tiene que recoger tres años de datos pero hacen falta seis o siete para obtener datos concluyentes.
Hay que disponer de una parcela, cuidar los árboles, contar con un técnico que recoja los datos que ofrecen los sensores… Dependiendo de la superficie, el coste puede ser de varios miles de euros anuales, pero en este caso la instalación ya está muy mecanizada y se ha hecho una inversión importante en infraestructuras.
El IVIA obtiene con el acuerdo muchos datos que aquí no podría obtener -«será muy enriquecedor y útil», según Badenes- y la posibilidad de ampliar la explotación de su material; de hecho, con Australia sería posible un segundo convenio -de explotación del material vegetal- si los resultados concluyen en la adaptabilidad a sus características de clima, pluviometría y suelo.
«Cuantos más datos de comportamiento obtengas del material, más información tienes para saber dónde lo puedes plantar y dónde no, y cómo es la interacción de esos patrones con la variedad», añade.
Fue el Dareton Primary Industries Institute el que se interesó por el material vegetal del IVIA al leer sus avances en publicaciones en revistas científicas y la propia Badenes ha visitado las instalaciones, de las que destaca el número de sensores y la competencia de su personal.
Mirada internacional del IVIA
En la zona donde se desarrollará el experimento ya cultivan cítricos y caquis, con una producción no demasiado grande que exportan al Sudeste asiático, pero no son un área de competencia para la producción española, por eso es “estupendo que nuestros materiales se puedan explotar allí”, considera la coordinadora.
Es la primera vez de un acuerdo de experimentación con Australia, pero el IVIA tiene en marcha programas de mejora y colabora a nivel internacional con otros países, como Argentina.
Esta línea de intercambio de programas de mejora genética que tienen en cuenta el cambio climático recibe mucho interés por parte de otros países y han recibido peticiones de países sudamericanos y de Estados Unidos, Sudáfrica o Turquía, pero se va desarrollando poco a poco y con la intervención del Ministerio de Exteriores.
Badenes explica que en cultivos existe bastante investigación privada pero si hablamos de árboles es “más complicado” porque los programas se prolongan durante 20 o 30 años, de ahí la importancia de los programas públicos para conseguir materiales que se adapten a nuestras condiciones.
El cambio climático ofrece muchos retos: temperaturas más altas, cambios en la pluviometría, problemas de falta de recursos hídricos y de calidad del agua, que originan más estrés en las plantas al aumentar la evapotranspiración.
“En la selección de los mejores mecanismos de defensa para esas condiciones es donde interviene la mejora genética», concluye la experta.