Así lo explica en una entrevista con Efeagro el director de la Asociación Española de Agricultura de Conservación-Suelos Vivos (AEAC.SV) y profesor de la Universidad de Córdoba, Emilio González-Sánchez, quien considera este tipo de prácticas «una de las herramientas más válidas para conseguir» el aumento del secuestro de carbono en el suelo y la reducción de emisiones.
La agricultura de conservación se basa en la siembra directa (no labrar el suelo), mantener una cobertura vegetal permanente y diversificar y rotar los cultivos, y su objetivo es «conservar, mejorar y hacer un uso más eficiente de los recursos naturales a través del manejo integrado del suelo, el agua y los recursos biológicos», según González-Sánchez.
Los beneficios de estas prácticas son medioambientales, económicos y laborales, como se ha demostrado -entre otros estudios- por el proyecto «Agricultura sostenible en la aritmética del carbono», cuyas conclusiones se han dado a conocer recientemente.
De las conclusiones del estudio se desprende que se ha potenciado el «efecto sumidero de carbono» del suelo en una media del 30 por ciento; se ha ahorrado en consumo energético y, por tanto, también se han reducido las emisiones de CO2, en un 19 por ciento frente a la agricultura convencional; se ha aumentado la producción un 5 por ciento de media y se ha incrementado la rentabilidad al disminuir los costes.