Presentación, sostenibilidad, información para el consumidor y, sobre todo, seguridad alimentaria. Estas son las funciones esenciales del embalaje en frutas y hortalizas frescas, productos muy sensibles que pueden sufrir daños durante su transporte y almacenaje.
En el caso concreto de la higiene y seguridad alimentaria, el embalaje debe ser seguro para el contacto alimentario. En este sentido, además de cumplir con las normativas vigentes, es necesario elegir el material adecuado, de modo que este permita, por ejemplo, la conservación del producto en un ambiente controlado.
En esa elección del material tiene un impacto cada vez mayor su sostenibilidad. Y no sólo por la creciente preocupación del consumidor por el medio ambiente, sino también como consecuencia de las políticas nacionales y europeas sobre esta materia.
La diferenciación, ¿en peligro?
La Comisión Europea (CE) publicó hace algo más de un año el borrador del futuro Reglamento Europeo de Envases y Residuos de Envases, que incluía entre sus medidas más controvertidas la obligatoriedad de la venta a granel de frutas y hortalizas en lotes de menos de 1,5 kilos, salvo excepciones.
La medida hizo saltar todas las alarmas en el sector, puesto que, a su juicio, comprometía la correcta conservación de estos productos, además de limitar su diferenciación en el lineal y, por tanto, la aportación de valor añadido.
De hecho, ya entonces, la Federación de Productores-Exportadores de Frutas y Hortalizas (Fepex), lamentó que “la aplicación de esta medida y la obligación de la venta a granel haría prácticamente inviable la estrategia de diferenciación por origen y calidad, lo que conllevaría una pérdida del valor añadido de las producciones comunitarias”.
Sin embargo, el pasado mes de noviembre, el Pleno del Parlamento Europeo (PE) eliminó estas restricciones.
Un reglamento menos ‘verde’
Para muchos, esta modificación del borrador inicial supone una propuesta diluida, fruto de la “presión” de la industria.
El objetivo de la CE hace un año era que todos los embalajes vendidos en la UE fueran reciclables y reducir en un 37 % sus desechos en 2040 mediante la reutilización y el reciclaje. Además, los países miembros deberían garantizar que el 70 % del peso de cualquier resto de embalaje pueda reciclarse en 2030, con objetivos específicos según materiales, desde el 30 % para la madera al 85 % para el cartón o papel.
Sin embargo, la versión aprobada por el PE el pasado mes de noviembre es mucho menos exigente en este capítulo. Así, establece, por ejemplo, la obligación de los países miembros de reducir sus residuos un 5 % para 2030, un 10 % para 2035 y un 15 % para 2040; objetivos que, sólo para el plástico son algo más exigentes, elevándose al 10, 15 y 20 %, respectivamente.
Nuevos materiales
En cualquier caso, y a pesar de la laxitud del nuevo reglamento propuesto, y que ha vuelto a ser objeto de debate este mes de diciembre, lo cierto es que las empresas de la industria agroalimentaria en general, y del sector hortofrutícola en particular, han hecho grandes avances en los últimos años en la búsqueda de materiales de envasado y embalaje más sostenibles.
De este modo, se han reducido, por ejemplo, los gramajes en las tarrinas de plástico a la par que proliferan los envases fabricados con plástico reciclable, e incluso las bolsas biodegradables (basta visitar la frutería de, prácticamente, cualquier supermercado).
Esta carrera hacia materiales más sostenibles no tiene visos de entrar en su recta final, sobre todo tras la entrada en vigor a principios de 2023 del impuesto al plástico en España, que grava los envases fabricados en plástico no reutilizables con 0,45 euros por cada kilo de plástico.
De momento, solo entre los primeros 10 meses de este 2023, la recaudación vinculada a este impuesto sumaba casi 500 millones de euros.
Trazabilidad
Más allá de la seguridad alimentaria y la diferenciación que aporta el embalaje, este también supone una forma directa de comunicación con el consumidor. A través del envase, este puede conseguir información sobre el origen de las frutas y hortalizas que adquiere, e incluso, seguir su ‘rastro’ hasta el productor.
Y es que, los envases pueden, por un lado, ofrecer mensajes directos al consumidor, pero también toda la información necesaria sobre la trazabilidad de los productos que contienen.